Los padres y madres han hecho un taller de encuadernación con la técnica clásica de cuerda de algodón y cola y el resultado ha sido estupendo.
Mientras tanto, los niños y niñas trabajaban el cuento.
Como resumen de la actividad de hoy, nos quedamos con esta imagen de Enrique con su padre.
El pececillo presumido
Erase una vez un pececillo muy bonito, de cuerpo
corto pero robusto, con un color anaranjado muy intenso, y una zona central
negra. Se parecía a un carbón encendido. En su pequeña cabecita tenía una
franja nacarada que le bajaba directamente a los ojos. Sus aletas eran también
anaranjadas, aunque las ventrales tenían una tonalidad oscura en su parte
anterior.
Era muy vivaz nuestro pececillo. Aunque sus
compañeros vivían en grupos pequeños, éste era muy solitario pues sólo sabía
hacer una cosa que no podía compartir con nadie: presumir.
Un día, paseándose por entre unos guijarros en el
fondo del mar, se encontró con el señor pulpo:
- ¡Eh, payaso!, ya que así se llamaba nuestro
pececillo. En realidad era un pez payaso, pero como no tenía nombre, todos le
llamaban payaso.
- ¿Qué quieres, ocho patas?, le contestó el pez
payaso.
- ¡Ten cuidado!, hay humanos pescando, le dijo
con cierto temor el señor pulpo.
- A mí que, contestó payaso.
- En vez de pavonearte tanto, deberías hacer algo,
deberías aprender algo, si no..., el día menos pensado..., le comentó el señor
pulpo, que pasa por ser uno de los animales más inteligentes.
- ¿Para qué?, yo soy tan apuesto y bello que no
necesito aprender nada. Si me pescan, me soltarían por mi atractivo. Además,
¿para qué sirve aprender? Por ejemplo, ¿tú qué sabes hacer?, le dijo el
pececillo al señor pulpo, no sin cierta prepotencia.
- Yo, con mis tentáculos, puedo defenderme, puedo
coger varias cosas, puedo...
- Ya ves que interesante, le interrumpió payaso,
lo que irritó un poco al señor pulpo, pues no está bien interrumpir a un animal
o persona cuando está hablando.
- Bueno, bueno. Sigue así y verás que pronto te
pescarán.
- Tonterías, comentaba payaso mientras se alejaba
en dirección a unas algas.
Siguiendo con su paseo, al girar una roca, se
encontró con el pez globo.
- ¡Hola, payaso!, ¿qué haces?, le preguntó éste.
- Nada, contestó payaso, que estaba todavía algo
irritado después de su encuentro con el señor pulpo.
- Pues si no haces nada, pronto acabarás en las
redes de los humanos, le dijo el pez globo en un tono conciliador.
- ¡Otro!, dijo enfurecido payaso, y continuó más
enojado aún: ¿Tú qué sabes hacer listillo?
- ¿Yo? Pues mira, si me cogen, me hincho y me
hincho y, de este modo, como no me pueden comer me sueltan, dijo el pez globo
todo satisfecho.
Ahora sabéis ¿por qué se llama pez globo?, mis
menudos amiguitos.
- Pues menuda tontería, replicó el pez payaso. A
mí, si me cogen me soltarían por mi extraordinaria y sin igual hermosura, le
dijo al pez globo, igual que antes había hecho con el señor pulpo.
- Yo que tú, empezó a indicarle el pez globo,
dejaba de presumir tanto y me esforzaría en aprender algo, pues hay humanos
pescando, comentó con cierto temor, también, el pez globo.
- Tonterías, volvió a replicar payaso y, dando un
fuerte movimiento a su aleta caudal, se giró y se fue.
- Ten cuidado..., se quedó hablando el pez globo
en la lejanía.
Así siguió durante parte del día el pececillo
presumido y presuntuoso, hablando con unos y con otros sobre las distintas
maneras de zafarse de un ataque de otros peces o de los humanos, las pinzas de
los cangrejos, la tinta de los calamares, el mimetismo, etc., etc. Pero payaso
no prestaba atención, pues pensaba que eso no era útil.
De repente, se oyó un gran estruendo que provenía
de detrás de una gran roca que había en el lecho marino, un ruido como si algo
grande se arrastrara por el fondo. El pez payaso se dio la vuelta y fue a ver qué
era eso, y...
En la cubierta de un gran barco de pesca, varios
pecadores se encontraban separando los peces que habían caído en la red, cuando
uno de ellos vio a payaso, tan bonito y tan pequeño:
- Seguro que éste le gusta mucho a mi nenita,
pensó. Y lo metió en una bolsa con un poco de agua marina, y lo guardó en su
cesta de comida.
Cuando empezó a recuperarse, payaso se preguntaba:
¿dónde estoy?, ¿qué es esto tan oscuro y tan pequeño?, pues intentando huir se
daba de broces contra las paredes de la bolsa de plástico.
Al cabo de unas horas, alguien coge la bolsa y se
pone a mirar a payaso.
Payaso abre sus pequeños ojos y ve a una niña tan
rubia que sus cabellos parecían los rayos del sol, con unos ojos tan azules
como el fondo del mar por el que presumía payaso, tan bonita, pensó, como él, o
más.
- Mami, mami, decía la preciosa chiquilla, mira
que me ha traído papá.
- ¡Que bonito!, le dijo su madre. ¿Qué vas a
hacer con él?, le preguntó su madre.
- No sé. De momento lo pondré en una pecera, dijo
María, que era el nombre de esta muñequita.
Pasaron los días, las semanas, los meses,...
Payaso estaba cada día más triste, y pensaba:
- ¡Ah!, que razón tenían mis amiguitos del mar.
Sólo presumir y presumir. Antes podía presumir ante muchos. Ahora, ni eso. Sólo
puedo presumir ante esta niña, que además es más bonita que yo. Si pudiera
volver a mi mar..., pensaba una y otra vez el pez payaso totalmente arrepentido
de su forma de ser.
Pero la niñita también pensaba:
- Pobrecillo, sin su mamá, sin su papá, sin sus
amiguitos. Tan bonito como es y sólo yo puedo disfrutarlo.
- Mami, papi, empezó diciendo una tarde la pequeñina:
he decidido devolver al pececillo al agua. Está muy solo y muy triste sin sus
padres. No come casi nada y ¡es tan bonito! que debe seguir alegrando el fondo
del mar con sus colores.
- Muy bien hija. Lo que tú digas.
Y se fueron en una barquita a devolver a payaso a
su ambiente.
A payaso, que estaba adormecido por la hora que
era, le llegó, de repente, un olor conocido, el olor del mar. En un instante,
todavía sin desperezarse del todo, unas pequeñas manitas lo cogen, le dan un
beso en la boquita, y lo meten en el agua, soltándolo a continuación.
Se puso tan contento payaso, que dio varias
vueltas sobre sí mismo, y antes de alejarse, miró a la niña dándole las gracias
y dejando escapar una pequeñísima lágrima de satisfacción. Claro, la niña no le
pudo oír, pero lo entendió perfectamente.
Nadando a toda velocidad, fue a ver al pez
mariposa para que le aceptara en la escuela de peces, y de este modo aprender
todo lo que debe saber un pez de los peces y de los humanos, aunque la primera
lección ya se la había aprendido bien.
Todos los peces marinos se enteraron pronto de
que payaso había vuelto y lo celebraron con una gran fiesta en la que tocaron
los cangrejos violinistas y el pez banjo, hizo trucos de magia el pez hada, no
paró de contar chistes el pez papagayo bicolor y los peces saltarines no
dejaron de hacer eso, precisamente, en toda la tarde.
Encima de ellos, la barquita iba en dirección al
puerto. La niñita se había dormido en los brazos de su padre que le había
contado el cuento de Pedro y el lobo. El padre estaba muy satisfecho por lo que
su hijita había hecho gracias a las cosas que había aprendido hasta ese
momento.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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